Dicen que, así como compartimos nuestras alegrías, también deberíamos compartir nuestras tristezas... porque se hacen más livianas.
El miércoles pasado partió de este mundo mi tía Milly. A finales de los 90 fue diagnosticada con Mieloma Múltiple, un cáncer que afecta directamente los huesos. Según su descripción es una enfermedad que afecta a las personas por encima de los 50 años y el promedio de vida es de 6 meses y, si recibe el tratamiento correspondiente se prolongaría 3-5 años y sólo un 3% podría llegar a los 10 años. Mi bella tía no tenía siquiera esa edad, era muy joven (menos de 40) y superó con creces todo este pronóstico. Ella estuvo con nosotros 16 años, gloria a Dios por eso.
Siempre en las familias tenemos una conexión especial con un miembro determinado. Pues ella era ese miembro. Fue mi segunda madre, la que me cantaba canciones de cuna, la que se quedaba a cuidarme cuando mis padres estaban de viaje, la que iba al médico cuando me tocaba hacer análisis y había que extraer sangre (tengo pánico por las agujas), la que me daba la comida (era de mal comer) siempre con un amor especial y una paciencia infinita. Fue esa tía que salía con sus sobrinos al cine, a la disco, a la playa... era la que ponía la alegría en todo. Amaba la vida y la disfrutaba cada día y siempre alegre, siempre tenía una sonrisa. La navidad era su época favorita y era la que se encargaba de organizar al familión temprano para celebrar las fiestas.
Durante su enfermedad, nunca nunca tuvo una actitud negativa hacia ella, siempre la combatió proactivamente. Nunca se quejó. Mejor nos daba ánimos a nosotros cuando ella tenía un mal día por la reacción de las quimioterapias. Fue en ese proceso en donde ella nos enseñó a todos cuán grande era la fortaleza de espíritu que poseía. Como la pensionaron de su trabajo por razones de salud, pues abrió un negocio en la casa en el que vendía de todo (ropas, vitaminas, accesorios, zapatos, cosméticos, etc), hacía picaderas por encargo y para venta diaria. Cada día a su lado fue un aprendizaje extraordinario.
Muchas veces nos preguntamos... ¿por qué la gente buena se muere? Y por más que pensamos y analizamos no logramos tener una respuesta. Y hoy, en medio de esta situación, he comprendido que cuando los propósitos que Dios tiene para cada uno de nosotros se cumplen, es cuando nos toca partir de esta tierra.
Estoy muy agradecida de Dios por esto. Porque entendí que a través de mi tía, El tenía una enseñanza para nosotros y es el NO RENDIRNOS ante lo que la vida nos presenta. Enfrentar la situación con fortaleza y con actitud positiva.
Gracias tía Milly por amarme tanto!